24 abril, 2010

La nostalgia de los atardeceres.

Que lástima me dan los atardeceres en esta ciudad sobre la compasión de mi mirandolos con tanta nostalgia guardada durante tanto tiempo, tan grande, tan pesado que es éste saco de recuerdos olvidados, pero como pesan. Enlutan mis ojos cuando viajando en el metro cuando observo las puestas de sol, me sorprende con mucha tristeza la deprimida lágrima por lo solitaria que ella esta en su recorrido por mi mejilla hacia el abismo de mi cuello.


Tan inmenso, tan triste y solo que se ve el sol que de poco a poco se va metiendo como en una sábana para despedirse y decir adiós mundo; como va perdiendo su majestuosidad de las doce horas del día, como comienzas a sentir las brisas templadas que te rodean y envuelven en sus remolinos, como vas sumandote a la piedad de no dejar este día aferrandote a estos pocos minutos de vida desgarrando el cielo con arañasos de sosobra tumbando y partiendo nubes de despedida con esos hilitos de rayos solares.

Que desdicha la tuya ahora pequeño sol que ahora te ves tan debil tan fulgurantemente sosegado por el tiempo, aunque también hay veces quete vas tranquilo y sin prisa como disfrutando el final de tu día, como si hubieras terminado sin impedimentos, contratiempos ni inconvenientes y sin más aceptarás de buena gana tu derrota y con la frente muy en alto y una dignidad majestuosa partes.

En cambio hay días que el sol por el hastío solo se va así entre las nubes antes de tiempo y no lo ves más hasta que comienza a hacer frio y las arbotantes de la ciudad lo despiden iniciando su servicio de alumbrado público.

Hay atardeceres que te llenan de alegria y gratitud hacia el por las hermosas puestas tan anaranjadeas desdes sitios poco comunes donde te derrotas ante la belleza del ocaso y humildemente dejas salir todas esas aplixiones que llenan tu pecho y que ante tal escena te abres y los dejas ir con un suspiro o respiración profunda sin saber que en el aliento que sueltas de cualquiera de estas formas te despides de los desasociegos del día, de las horas, de las semanas o en tu vacación después de una temporada de trabajo extenuante donde te encuentras de frente al mar y miras como el sol se ahoga en la inmensidad del mar con tal beneplácito que te emborrachas de la suavidad de verle postrado y dejarse hundir.


Que más gracia que todos los fines de vida sean apacibles.

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